La historia del prendedor que usó la Presidenta el 25 de Mayo

Su creadora es Eugenia Katz. Dice que hace un año se lo había enviado como regalo. Lo diseñó pensando en Cristina.

La calma que reinaba en su taller del barrio de Chacarita se vio felizmente alterada. Las clientas y las curiosas ahora esperan en la puerta que abra y las consultas por Facebook aumentaron considerablemente. Incluso, son muchos los maridos que se acercan en busca de “el obsequio” para su mujer.

Eugenia Katz aún no sale del asombro porque todos buscan lo mismo: el prendedor que usó la presidenta Cristina Kirchner el 25 de Mayo en el tedéum en la Basílica de Luján.

Se trata de un pájaro de pico largo, con un baño dorado y las alas desplegadas esmaltadas en blanco. “Es una pieza de fundición que no tiene gran valor económico sino más bien un gran simbolismo. Esta pieza la encontré hace dos años en un depósito de una feria de antigüedades junto con otros pájaros más. Y apenas la vi supe que no podía ser para otra persona que no fuera la Presidenta. Primero pensé en Evita y luego en Cristina porque la pieza representa la argentinidad, la libertad y la femineidad. Era para ella”, relata Katz a PERFIL. Y fue con ese cometido que el pájaro comezó a hacer su vuelo. “La repulí, la volví a soldar y le corregí el esmalte de los colores. Y en el mientras tanto me convocaron para que hiciera las escarapelas de todos los bailarines para el desfile del 25 de Mayo del año pasado. Fue entonces que puse el pájaro en una cajita y le pedí al productor del evento, con quien yo ya trabaja desde hacía tiempo, que se lo hiciera llegar, y crucé los dedos”, relata, aún emocionada, sobre su prendedor, cuyo valor real es de 250 pesos.

La incertidumbre sobre el viaje del pájaro finalizó una tarde. “Estaba trabajando en mi taller y desde la ventana vi que un auto oficial estacionaba en la puerta. Bajó un funcionario, y me dijo: ‘La Presidenta me dijo que usted es quien hizo su prendedor de pájaro. Me mandó acá porque estoy buscando uno igual para mi mujer’. ¡No lo podía creer! La Presidenta había conservado mi regalo y lo tenía en su escritorio”, insiste Katz. Lamentablemente, ese prendedor es una pieza única y el funcionario sólo pudo llevarse una parecida. “Saber que la conservaba parecía ya un sueño cumplido”, dice Eugenia.

Pero el vuelo del pájaro siguió. “Este 25 de Mayo estaba en casa cuando me llamó una amiga y me dijo: ‘¡Prendé la tele porque Cristina tiene el prendedor!’. Dos años después de que lo encontré y lo pensé para ella, lo estaba usando. Y en su último acto como mandataria, en un tedéum. Para mí fue una gran emoción. No tengo manera de agradecerle. Ella podría haber usado cualquier brillante, cualquier joya de oro... y eligió el prendedor que le regalé sin valor económico, pero con un gran simbolismo”.

Eugenia, que trabaja desde hace diez años en el taller con su hermana, tiene aún algunas piezas parecidas, y niega haber subido el precio de los otros pájaros similares porque “llegué adonde quería llegar”.

Diario Perfil / Mayo 2015 / Por Julieta Mondet

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Furor por el prendedor que usó Cristina el 25 de mayo: por qué nadie podrá conseguir uno igual

La Presidenta lo lució durante el pasado tedéum por el 25 de mayo, y por lo tanto es único. Fue un regalo de una diseñadora que se sorprendió al verlo por televisión.

La regla parece ser simple. Si un famoso usa una prenda o un accesorio nuevo, todos salen a buscarlo. Y si de la Presidenta se trata, la moda no parece tener excepción: el prendedor que usó Cristina Fernández de Kirchner hace una semana, en el tedéum del 25 de mayo en la Basílica de Luján, volvió locos a todos. Hasta a su propia creadora.

El accesorio fue un regalo de la diseñadora Eugenia Katz para la Presidenta. Se trata de un pájaro bañado en dorado con las alas color celeste y blanco. Katz se lo envió durante los festejos del bicentenario, el año pasado. Para su sorpresa, cuando la Presidenta salió al tedéum, lo llevabasobre el lado izquierdo de su vestimenta.

¿Qué tiene de particular el prendedor? “No es un metal precioso, no tiene valor económico. Es una pieza metálica de fundición, pero es muy fuerte la simbología: un pájaro con las alas desplegadas y bañadas en celeste y blanco. Tiene todo: lo patrio, lo femenino, la libertad. Era para ella, o para Evita”, explicó en declaraciones al programa de radio Mañana Sylvestre (Radio Del Plata). El prendedor cuesta 250 pesos.

El accesorio tiene alrededor de 50 años y como Katz trabaja recuperando piezas antiguas, tuvo la idea de reciclar el prendedor: “Lo mandé a pulir y restaurar, le corregí el esmalte. Es un pájaro que, cuando lo ví, tuve la sensación de que era para ella. Estoy infinitamente agradecida”, contó, respecto del uso que le dio la Presidenta.

Además, a partir de una publicación en la edición impresa del Diario Perfil del domingo sobre el prendedor, el taller de Chacarita en el que trabaja Katz se vio colapsado de pedidos. “El problema es que es una pieza única. Me pone mal tener que decirle a la gente que no hay otro así. Vamos a tratar de reproducirlo, pero esa es de la Presidenta.

Diario Clarín / Junio 2015

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Azul Crujiente
Arte, diseño, moda y algunos rincones inesperados

EUGENIA KATZ

Ella es, una viajera del tiempo, una buscadora de tesoros…. entonces,  combina diferentes momentos de la historia en un mismo objeto …. y crea algo único, genuino y potente. En ese aire de Europa del Este, donde suenan polkas lejanas,  hay su refugio de colores vibrantes y suculentas. Pasen y vean !!!

Junio 2015 / Fotos de Amparo Bernabé

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La ruta de los abalorios de las hermanas Katz

En la calle Bonpland 883, donde antaño funcionara una tintorería, cautiva el local de Las Katz consagrado a la exaltación de dijes, rescates rara avis de pulseras, collares y accesorios emparentados con la ruta y la resignificación del abalorio.

Tiene una vidriera con cortinasblancas delienzo que suelen permanecer cerradas pero cuando se descubren dejan husmear a quienes frecuentan ese vecindario –redactores de una editorial de los aledaños, vecinas que suelen confundir asus exhibidores con los de una mercería–, su exquisita colección de rescates de resinas, cuentas, cerámicas y cadenas contenidas en frascos y clasificados cual si se tratase de pócimas de un laboratorio científico.

Es imperativo aclarar que las piezas fetiche de Las Katz –asociación estética de las hermanas Mishal y Eugenia– son las combinaciones de cuentas y de tejidos –remitirse al modelo de collar Tulum– que exhibe la vidriera junto a almohadones y que se caracteriza por cuentas tejidas con cadenas de crochet y collares con flores de cuero.

Así como en el depósito conservan una selección de telas vintage, de modo absolutamente arbitrario, en la vitrina se exhiben las cuentas de madera con números gastados por el paso del tiempo de un juego de lotería vintage.

Mishal es arquitecta y acostumbró desarrollar una línea de carteras que imprimió sus huellas en los comienzos de la moda indie en Palermo hace más de una década, primero desde un showroom dispuesto en su hogar y luego desde el primer local Condimentos (algunas carteritas de noche deliberadamente arts and crafts complementan la línea de accesorios); mientras que su hermana Eugenia es diseñadora industrial, durante varios años trabajó en diseño de gráfica institucional y libros para niños, y es ella quien con las herramientas del industrial design ejecuta los remixes de cadenas y piedras.

Aunque en el proceso, cual si jugasen un juego de canicas o planeasen una maqueta para ostentar en el cuello o en las muñecas, toman decisiones conjuntas acerca de cómo combinar los materiales, los colores y los recursos.

Su colección de accesorios pregona el rehúso de resinas de antaño, fragmentos de picaportes de acrílico, de cordonería, de dijes kitsch, de botones engarzados en oro o plata, pero no denotan crudeza ni tampoco excesos. El resultado final es sofisticado y lúdico.

Los diseños de Las Katz suelen ser requeridos en la feria Rooms de Tokio –pues las representa en Japón HP France–, y en la escena local, además de las ventas por cita previa y jornadas de té y joyería a puertas abiertas los días jueves y viernes, tienen clientes del lado de la indumentaria local de las firmas Kuala y Flavia Martín, quienes les suelen encomendar los accesorios o complementos para cada colección.

Café con leche extra-large mediante, una mañana de invierno en su estudio, dicen acerca del método propio: “Buscamos un equilibrio en el rehúso para que denote piezas sofisticadas, actuales y elegantes”. Mishal va vestida con remera marinera y modismos parisinos chic, mientras que su hermana, quien jamás aparta las manos del enlazado de una nueva pieza, lleva tonos más estridentes, casi pop del verde al naranja –el tono símil al de sus cabelleras pelirrojas.

De las paredes pintadas a la cal y con pequeños percheros del local, cuelgan tanto una cadena con una ágata, collares rockers en los que sobrevuela un insecto a la usanza de Schiaparelli y piezas con gracia que resultan de un recorrido por el relicario kitsch que tomado prestado de la caja de joyas de su madre y también de algún collar art déco que ellas replicaron con lenguaje actual.

Se destacan en su campaña gráfica más reciente bautizada “Recuerdos de Buenos Aires, serie dos” los modos en que conjugan algunos de sus nuevos desarrollos, desde un collage visual con antiguas postales: así se erige el aro Castelar con forma de corazón y como un homenaje a la arquitectura y la historia de ese hotel porteño, el “pendiente” que celebra una cúpula del barrio de Montserrat, tallados y grabados de sirenas retro para los lóbulos, ancladas en una postal de un recreo del Tigre, o de una elegante bañista en las playas de Mar del Plata.

Página 12 / Suplemento Las 12 / Julio de 2011 / Por Victoria Lescano

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Mitteleuropa en Chacarita

El barrio Los Andes, raro ejemplo local de los barrios comunales centroeuropeos, alberga la creatividad de Eugenia Katz.

“Este tipo de compulsiones por coleccionar tiene dos salidas: o te medicás o hacés este tipo de cosas”, dice con gracia la diseñadora Eugenia Katz entre mate y mate, mientras las manos se le escapan, casi autónomas, casi con voluntad propia, entre pinzas, alfileres y dijes antiguos. Todo a su alrededor traduce eso que ella denomina “compulsión por coleccionar” en un universo de pequeños frascos de vidrio con piezas de mil colores y formas. Un poco más allá, lo que aquí es taller se transforma en local de ventas y, apenas tres calles más lejos, se suma su casa. En el universo que ella supo componer imperan la creatividad, la alegría y la búsqueda por recordar y por ser.

El mediodía caluroso se resiste a la llegada del otoño y en Chacarita las calles se pueblan de adolescentes que salen o vuelven de alguna clase. Un grupo de chicas se detiene frente a la vidriera de Bonpland 883 a añorar pendientes y pulseras que lucen entre una colección de cactus en macetas de cerámica. Todo lo que ellas miran fue creado por las manos de Eugenia Katz que ahora, pinza en mano, cuenta: “Buscaba donde mudarme en 1996 y un ex- compañero del colegio me contó que vendía su departamento en el barrio Los Andes”. Lo vio precioso, lleno de luz y con sus aberturas y pisos originales. No dudó. En aquel momento, apenas recordaba una visita al complejo en los años de la adolescencia. Hoy, casi dos décadas después, Eugenia Katz enlazó la historia de los suyos, su propio recorrido y el de ese barrio municipal como quien teje al crochet. “Valoro especialmente la vida comunal, la identidad social de los que vivimos acá y las posibilidades que brinda esta especie de ‘barrio cerrado’, pero sin la idiosincrasia clásica de esos lugares", explica y se refiere con orgullo a la administración en mano de los vecinos, a la labor de las comisiones de cultura, de arquitectura o de legales que logró la clasificación del complejo de edificios como Patrimonio Histórico.

El barrio Parque Los Andes fue construido por la municipalidad de entonces frente a la plaza homónima en el barrio de Chacarita. El proyecto fue desarrollado por un especialista en ese tipo de vivienda colectiva de gran calidad: el arquitecto Fermín Hilario Bereterbide. La idea inicial era replicar este desarrollo en otros dos barrios: uno en Palermo (en el predio situado entre las calles Dorrego y Luis María Campos) y otro en Flores Sur (Castañón y Balbastro). Sin embargo, el único que prosperó fue el de Chacarita. El proyecto urbanístico tiene 12 cuerpos y dedica un 63 por ciento de la superficie del terreno a los jardines, arboledas y juegos infantiles que aún asombran como en su inauguración, el 6 de octubre de 1928. Siete décadas después, Eugenia Katz compró el suyo con muchos de los detalles originales de pinotea, puertas de roble y herrajes franceses. “De hecho, solo hice alguna intervención menor para poder mudarnos”, apunta. Hasta ahí cargó sus colecciones: la de juguetes que sus padres compraron en los tiempos que vivieron fuera del país; la de muestras de acrílicos que compró en alguna expedición; la de bolitas de vidrio; la de bloques de madera de su infancia; o la de tazas y bowls que aprendió a hacer en cerámica el año pasado.

Todo detalle en estos ambientes amplios, que suman un centenar de metros habla de ella, de su vida, de su estirpe, de sus placeres o memorias. Pero no lo hacen desde la inmovilidad de un museo, son objetos que dan testimonio desde un presente divertido, luminoso y, sobre todo, lúdico.

-¿Cuánto hay de juego en cada uno de tus diseños?

-Un montón! De hecho, más allá de las obligaciones laborales, hay un momento en el que vuelvo a jugar y ese momento es de un disfrute muy intenso. Además, cualquiera que vea las colecciones de Las Katz va a encontrar permanentemente esa alegría infantil, ese componente lúdico.

Las Katz nació en 2008 cuando Eugenia y su hermana Mishal ganaron un concurso para emprendedores organizado por la Cancillería argentina. De ese modo, pudieron participar de una feria en Tokio y aún hoy exportan a Japón. “Creo que ellos sintonizan con la puesta en valor que propongo con cada pulsera, collar o par de aros. Hay una nueva vida para cada pieza hallada por ahí, una afirmación de la identidad que rescata la historia, que a ellos los conmueve”.

Porque aquella “compulsión por coleccionar” es el motor de un sinfín de expediciones por ferias, galpones casi abandonados, empresas quebradas hace décadas o pueblos del interior. El dato puede provenir de cualquier lugar y hacia allá irá Eugenia Katz al rescate de unas tapas de plástico para picaportes, pastillas de resina o antiguos dijes que quedaron en el olvido. Una expedicionaria de la memoria que pervive y que transforma el presente. “Porque soy fiel a lo que soy y a mi historia”, concluye y acomoda la pulsera en la que trabajó este mediodía caluroso en una fila de piezas parecidas, pero de espíritu único.

Texto para Casa Foa  /  Por Débora Campos